Te conocí, te amé, te odié, te perdoné, te olvidé...

Te conocí: No podía creerlo, simplemente era perfecto para mí, compartíamos tantas cosas!!

Te amé: poco a poco entraste en mí y comencé a amarte. Lo hice con todas las fuerzas de mi ser, por ti fui capaz de todo.

Te odié: No pude entender la mentira, el engaño. Lo tenías todo junto a mí!

Te perdoné: luego de tantos años juntos y tantas cosas vividas quise darnos otra oportunidad. Qué ingenua fui.

Te olvidé: Un día me levanté y me di cuenta que no te necesitaba, que ya no te amaba. Evidentemente no fue cosa de un solo día, fue la suma de varios hechos que comenzaron a apagar lo que sentía por ti, creo que era una muerte anunciada pero también sé que nunca fuimos capaces de aceptarla.

Cuando se ama, se cree ser el dueño del universo: nada puede herirnos y no existe algo más importante que aquel que es capaz de llenar con una sonrisa o una palabra el espacio que sentíamos infinitamente vacío en nuestro ser. Pero no puede esperarse que todo sea color de rosa como dicen por ahí, las diferencias existen y no podemos negarlo. Lo que duele no es amar, es perdonar y olvidar... y cómo duele! luego de creer, querer e imaginarme una vida perfecta junto a quien llenaba mi ser quedé desolada. Tuve un torbellino de sensaciones: amor, odio, dolor, desilusión y, cuando toqué fondo, descubrí que la felicidad no está dada por otros sino por mí. En ese momento comprendí que no está mal enamorarse y creer en alguien, lo que está mal es convertir nuestro mundo en el suyo, dejar nuestras ilusiones a un lado por cumplir y llenar las de otros.

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